El valor del estudio en la tradición judía

El concepto de educación obligatoria es actualmente una de las normas aceptadas y reconocidas prácticamente por toda la sociedad occidental. Más aún, en el presente nos referimos a la educación como uno de los derechos básicos del niño, tal como queda estipulado extensamente en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales adoptado por la asamblea general de las Naciones Unidas en 1976. Según los datos publicados por la Unesco en 2013 todos los países desarrollados cuentan con un índice de analfabetismo inferior al 3%. Incluso en lo que se refiere a los países del tercer mundo existe una clara tendencia de incremento en lo que se refiere a la alfabetización de sus habitantes. Por ejemplo, muy pocos países en África o Asia cuentan con un índice inferior del 60% de alfabetización.
 
La importancia adjudicada a la educación formal generalizada es una de las características que diferencia a la sociedad moderna de la sociedad anterior a la Revolución Francesa, en la que el índice de analfabetismo era muy alto y no solamente entre las clases de bajos recursos. 
 
En este aspecto los grupos judíos de todos los tiempos se diferenciaron de las sociedades entre las cuales residían. Si las Naciones Unidas se refieren al estudio como un derecho, la tradición judía concibe a la educación como una obligación. Ya la Torá (Pentateuco) estipula este precepto al señalar que “las enseñaréis a vuestros hijos para hablar de ellas” (Deuteronomio 11, 19). En efecto, según el judaísmo una de las obligaciones del padre es ofrecer educación a sus hijos. Y si un individuo no obtuvo educación de su padre, la obligación pasa a ser suya y tiene el deber de educarse por sus propios medios. 
 
A lo largo de la Edad Media, las comunidades judías gozaban de autonomía y contaban con sus propias instituciones, entre las cuales, siempre se podía encontrar la casa de estudio; la generalidad de los judíos se preocupaba por proveer educación formal a sus hijos, del mismo modo que proveía el resto de sus necesidades básicas.
 
La tradición judía estipula en gran detalle en qué consiste el precepto religioso del estudio (en hebreo: Talmud Tora), incluyendo los tiempos, contenidos y otros varios aspectos. En el presente artículo no podremos describir este amplio tema en toda su extensión, pero quisiera destacar un aspecto puntual a través del cual se puede entrever parte de la esencia del valor del estudio en la tradición judía. 
Podría pensarse que el objetivo de imponer la educación obligatoria está directamente relacionado con la práctica religiosa. Es decir, que hay que conocer las leyes, preceptos y tradiciones para poderlas practicar de la mejor forma posible. Esto, sin lugar a dudas, es uno de los motivos de la obligación del estudio en el judaísmo, tal como lo formula Maimónides: “porque el estudio conlleva a la práctica, y no la práctica al estudio” (Mishne Torá, Hiljot Talmud Tora 3, 3). Sin embargo, esta razón pragmática explica sólo parcialmente el precepto de Talmud Tora. De facto, la obligación de estudio no se limita a los aspectos prácticos de la tradición, sino a toda su extensión, incluyendo aspectos filosóficos, exegéticos, debates, etc. La dedicación al estudio intelectual, más allá de la aplicación de la Ley, ha constituido un ideal constante en la escala de valores judíos de todos los tiempos. Otra manifestación de este ideal se encuentra también en las palabras de Maimónides:
 
“Toda persona de Israel está obligada estudiar [Talmud Torá]: sea pobre o rico, sea sano o enfermo, joven o viejo cuyas fuerzas están debilitadas, incluso un pobre que pide limosna, incluso una persona que tiene [que sustentar] esposa e hijos, está obligado a fijar tiempos para el estudio de la Torá por el día y por la noche…”
 
¡Todos tienen la obligación de estudiar! No solamente los niños – también a edad adulta. No sólo en una etapa de la vida, sino como parte integral del estilo de vida constante. No solamente para saber cumplir los preceptos, sino como un fin por sí mismo. Según la tradición judía el estudio no es un campo reservado exclusivamente para los eruditos y los líderes religiosos, sino parte del legado y las obligaciones que pertenecen a cada uno de sus miembros. En este sentido, según el judaísmo tradicional, el hombre ideal es también quien conoce las fuentes y los debates que antecedieron a las determinaciones halájicas, aquel que tiene la capacidad analítica de comprender los argumentos que se encierran detrás de las tradiciones y las creencias de la tradición judía; aquel que domina la amplia literatura exégeta, así como las distintas tendencias  ideológicas que fueron surgiendo dentro de las filas judías de todos los tiempos. Aquel que desarrolla la capacidad individual de participar en el diálogo intelectual a través de interrogantes, nuevos análisis y nuevas interpretaciones de los textos clásicos judíos.