Uno de los días de enero de 1945, después de haber escuchado durante varios días la música de la artillería de Grodzisk, cerca de Varsovia, nos dijeron que los tanques soviéticos habían llegado al mercado de la aldea. Ese día, el 17 de enero [1945], fue el más triste de mi vida. Quería llorar, no de alegría sino de tristeza. […] ¿Cómo podemos alegrarnos? ¡Estaba completamente destrozado! […] de repente una angustia de introspección… no es fácil ser el último de los mohicanos.
Así reflexionó Ytzjak (Antek) Tzukerman, uno de los líderes del levantamiento del Gueto de Varsovia, en sus memorias. Muchos sobrevivientes como él también creían que ellos eran los últimos judíos vivos. En la primavera de 1945 el mundo festejó la victoria aliada. Los judíos estaban embargados por sentimientos ambivalentes y tenían pocas razones para festejar. Sentían más angustia que alegría. Estaban liberados pero no libres y no tenían adonde ir. Tampoco querían volver a los lugares en los cuales nacieron y vivieron, ahora transformados en cementerios. Por todos lados las mismas imágenes. Comunidades destrozadas, vacías y judíos asesinados por un crimen que no cometieron.
Aquellos que volvieron a Polonia liberada se tuvieron que confrontar con odios antijudíos maniqueos y con actos de violencia populares que les costaron muchas víctimas. Les parecía que el Holocausto todavía seguía su camino, que no se había terminado con la liberación. Los remanentes del Holocausto tuvieron que empezar todo desde el principio, de la nada, hacia un futuro incierto y nebuloso. Clamaban por justicia, por reconocimiento y compensación espiritual y humana.
La mayoría de los sobrevivientes deseaban abandonar Europa, la civilización que los traicionó y por la cual tuvieron que pagar un precio demasiado alto. Sus vecinos europeos los abandonaron aún antes de la guerra y muchos colaboraron con sus verdugos. Imposibilitados de emigrar y sin tener adonde ir, fueron confinados por los países aliados en campos para desplazados en Alemania, Austria e Italia. Allí trataron de tomar una venganza simbólica constituyendo familias, trayendo hijos al mundo y anhelando por una vida digna y libre. No sólo a nivel individual sino a nivel colectivo y nacional. Tener casa propia no era una metáfora, algo figurativo, sino una necesidad existencial. Es un hecho que la gran mayoría de los remanentes del Holocausto decidieron emigrar a la tierra de Israel. Estaban hartos de la Diáspora, deseaban sentirse dueños de sus destinos. No se trataba de cambiar una tierra por otra o un país por otro, sino de transformar la condición existencial judía y humana. Algunos miles llegaron antes de la guerra de 1948 que selló el establecimiento del Estado de Israel. La mayoría se incorporó al nuevo estado después de la guerra de independencia de Israel.
Aunque ya pasaron setenta años del final de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, el pueblo judío no recuperó las pérdidas demográficas y culturales causadas por el asesinato de seis millones de judíos europeos. Hoy en día viven en todo el mundo 13,500,000 judíos, cuando en 1939 vivían 16,500,000. Aunque hubiesen esperanzas para una recuperación demográfica, no se podrá decir lo mismo con respecto a la desaparición de las culturas y lenguas ídish y ladino. Tampoco han desaparecido las ideologías irracionales y genocidas. Desde 1945 hasta el día de hoy hemos sido testigos de más de un genocidio. Podemos dudar si los hombres aprendieron algo de este capítulo trágico. En el título del libro de Primo Levi encontramos el interrogante: ¿Es este el hombre? Y la respuesta parece ser inevitable: ¡Sí, este es el hombre! En cuanto a los judíos, que lograron su independencia política con la constitución de un estado soberano, el desafío de las lecciones del Holocausto no es fácil de ningún modo: ¿cómo ser fuerte por necesidad y al mismo tiempo justo por obligación moral y judía?
Autor : Avraham Milgram