Orígenes:
De acuerdo con la tradición bíblica, la historia de los Hijos de Israel comienza en la Época de los Patriarcas. Tal y como se relata en el libro del Génesis, el origen del Pueblo de Israel se remonta a Abraham, hijo de Téraj, quien desde Mesopotamia migra a la Tierra de Canaán (hoy Israel).
Según la Torá, Dios se reveló a los Patriarcas, Abraham, Isaac (su hijo) y Jacob (su nieto) y les prometió que de ellos surgiría un gran pueblo y serían herederos de la Tierra de Canaán.
Los patriarcas vivieron en la tierra de Canaán hasta que el pueblo se trasladó a Egipto debido a la hambruna que sufrían.
Gracias a José (Iosef), uno de los hijos de Jacob que se desempeñaba como viceministro del Faraón de Egipto, los Hijos de Israel prosperaron y se convirtieron en un grupo numeroso que, tiempo después, fue esclavizado.
La esclavitud en Egipto se prolongó cientos de años hasta que Moisés, hijo de una familia de hebreos que fue criado por la hija del Faraón, fue llamado por Dios para liderar al Pueblo de Israel.
Tal y como se relata en los libros del Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, la travesía del Pueblo de Israel por el desierto se prolongó cuarenta años. En el inicio de este peregrinar el pueblo recibió las Tablas de la Ley donde estaban escritas parte de la Torá, sistema de leyes integral destinado a diseñar un estilo de vida para un pueblo soberano en su tierra. Antes de entrar a la Tierra de Canaán, Moisés muere y el liderazgo queda en su principal discípulo, Josué (Yehoshua).
Luego viene la Época de los Jueces, donde cada tribu tenía su propia administración social conformada por el Sanhedrín (Consejo de Ancianos). Esta época antecedió al período de los Reyes. El Profeta Samuel fue el punto de inflexión entre los dos períodos, ya que a él le piden la constitución de un rey que promoviera una identidad clara y un régimen sólido. El interés por el cambio estuvo dado no tanto por una visión ética y moral de futuro, como por una necesidad de cambio de rumbo ante un ambiente difícil.
Saúl fue el primer monarca del Reino Unido de Israel. David fue su sucesor.
David y Ruth
En la tradición judía no solamente se habla del prolongado reinado de la dinastía de David, sino también del restablecimiento de esta dinastía en un futuro. Según esta idea el Mesías provendrá de este mismo linaje.
En el Libro de Las Crónicas es posible encontrar la lista de las generaciones desde Judá ben Jacob (Líder de la Tribu de Judea) hasta David. Así vemos un vínculo directo entre el Rey David y Ruth, la Moabita. Ruth fue, de acuerdo con esta descripción, la bisabuela del Rey David.
El libro de Ruth relata sobre la familia de Elimelej, de Belén en Judea, que migró hacia Moab debido al hambre de esa época. Los dos hijos de la familia se casaron con dos mujeres moabitas. Luego de unos años, sólo la madre de la familia, llamada Naomi, y sus dos nueras, Ruth y Orpá, sobrevivieron. Tras haberlo perdido todo, Naomi decidió retornar a Judea donde el hambre había dado tregua. Ella emprendió el regreso a su tierra, en duelo y empobrecida. Sus nueras le pidieron que no abandone Moab, que permaneciese junto a ellas. Naomi se negó. No estaba en sus posibilidades ofrecer a estas mujeres viudas un buen futuro. Orpá decidió regresar a casa de sus padres, mientras Ruth le dijo a su suegra: “tu pueblo es mi pueblo, tu Dios es mi Dios” (Libro de Ruth, 1:15) y proclamó ante Naomi que sólo la muerte podría separarlas.
Luego que ambas regresaron a Judea, Ruth se dirigió a los campos de Boaz, familiar de Elimelej, a recoger las espigas de trigo tras la cosecha, tal y como acostumbraban hacer los israelitas pobres en aquellos días.
Boaz, dueño del campo, vio a Ruth y le pidió que no fuese a otros campos. Al enterarse Naomi que Boaz halló a Ruth bella y siendo esta familiar cercano, le aconsejó a su nuera acercarse a él y confesarle el deseo de Naomi de que la tomase como esposa y de que perpetuase el nombre de la familia.
Como fruto de este matrimonio nació Oved y detrás suyo todo el linaje de la que sería la dinastía de David.
David y Jerusalem
A pesar de haber vivido miles de años disperso por el mundo, el Pueblo Judío creó un profundo vínculo con la Tierra de Israel y particularmente con Jerusalem. A lo largo del exilio, los judíos nunca dejaron de recordar en sus plegarias a Sion y a Jerusalem y de anhelar el retorno a la Tierra Prometida.
El Rey David conquistó Jerusalem, la convirtió en capital de su territorio y reinó desde allí durante 33 años, hasta el día de su muerte. Desde entonces la ciudad de David fue el corazón del Pueblo Judío.
De acuerdo con el texto bíblico, sin bien David conquistó Jerusalem, el Monte Moriá (sitio en el que en el futuro sería construido el Templo a manos del Rey Salomón) fue un lugar adquirido a Aruana, un hombre dispuesto a entregar el Monte sin recibir nada a cambio, pero David se negó y pagó por la compra.
David, la persona
En el judaísmo los personajes no son celestiales, por ello es posible hallar críticas sobre sus acciones. Así, se nos muestra que el perfil original de David no lo ubicaba como candidato a Rey. Pastor, de alma pura y bajo de estatura, tal y como ocurrió con otras figuras bíblicas; Moisés, Samuel, etc.
La Biblia relata que la propia familia de David fue sorprendida por la noticia que trajo el profeta Samuel, quien llegó a la casa de Yshai en Belén y pidió reunirse con sus hijos: “Así Yshai hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Yshai: El Señor no ha elegido a ninguno de estos. Entonces Samuel preguntó a Yshai: ¿Están aquí todos los muchachos? Él respondió: Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño. Samuel dijo a Yshai: Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí. Yshai lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: Levántate y úngelo, porque es este”. (Libro de Samuel 1, 16:10-12)
No hay ninguna duda de que esto también juega un papel central cuando se evalúa el tipo de heroísmo que representa David. La expresión más clara de ello es la lucha entre David y Goliat. Goliat fue un soldado filisteo gigante, que desafió al ejercito de Saúl y llamó a las milicias a enfrentarse: Y el filisteo añadió: “Preséntenme un hombre y nos batiremos en duelo”. (Libro de Samuel 1,17:10)
David, joven, delicado, pastor de su rebaño, se presentó seguro de sí mismo frente a su enemigo, quien lo menospreció desde el primer momento.
Su coronación no le hizo perder humildad ni su cercanía con el pueblo, lo cual no comprendía su esposa Mijal, hija del Rey Saúl. Sin embargo, con el paso del tiempo puede reconocerse un distanciamiento del Rey con su pueblo. Por ejemplo, cuando David envió a su ejército para la conquista de Amán mientras él permaneció en la comodidad de su palacio.
En esta oportunidad David ve en su palacio a una mujer de gran belleza. Se trataba de Betsabé, esposa de uno de los más destacados soldados de su ejército, Uriá el Hitita. David tuvo eventualmente un hijo con Betsabé y, para ocultar su adulterio, mandó traer del frente a Uriá el Hitita. El Rey se proponía interrogarlo sobre el estado de sus soldados y la situación en el campo de batalla, aunque su verdadera intención era traer a Uriá a su casa para que se encontrase con Betsabé y que su embarazo aparentase ser resultado de aquel encuentro con su marido. Uriá se negó a responder al llamado de David, no estaba dispuesto a acostarse con su mujer mientras el pueblo ponía en peligro su vida en el campo de batalla. David comprendió que su objetivo no se concretaría y decidió llevar adelante una nueva misión, mucho más temeraria: envió a través de Uriá una carta destinada a Yoav, Ministro de Guerra, en la que le ordenaba ubicar a Uriá al frente del pelotón, encomendando al resto de los soldados retirarse. Así la mitad del ejército enemigo se dirigiría a Uriá y este moriría. Uriá cayó en esa batalla y luego del período de duelo, David tomó a Betsabé como su esposa.
El profeta Natán se dirigió al Rey David y le hizo comprender y tomar conciencia de la gravedad de su falta. David dejó a un lado el orgullo y la jerarquía y con absoluta humildad y sin artilugios, David reconoció su error.
David, no solamente ganó el perdón, sino que además de todos los hijos que tuvo, fue justamente Salomón (hijo de Betsabé) quien heredó la corona.
Esta historia jugó un papel importante en la consolidación del arrepentimiento y la reflexión como valores centrales en la cultura judía.
David y los salmos
El Rey David continuó el legado tradicional de la Torá, siendo el sucesor espiritual del profeta Samuel y aportando con la composición de la mayoría de los poemas que conforman el libro de los Salmos.
Los Salmos son himnos de alabanza a Dios, que hablan de la grandeza, bondad y misericordia de Dios; y del gran apego que David sentía por el Creador. Muchos de los Salmos son oraciones y súplicas a Dios que el Rey David compuso en tiempos de peligro, por lo que se suelen recitar o estudiar para extraer enseñanzas sobre cómo enfrentar los desafíos que enfrenta tanto el individuo, como el mundo entero. No es de extrañar que el Libro de los Salmos sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y esperanza.